Die Dreigroschenoper
Bertolt Brecht
Dirección: Robert Wilson
Berliner Ensemble 28.09.07
Dirección, Escenografía, Luces: Robert Wilson
Vestuario: Jacques Reynaud
Dirección Musical: Hans-Jörn Brandenburg, Stefan Rager
Dramaturgia: Anika Bárdos, Jutta Ferbers
Luces: Andreas Fuchs
Con: Christina Drechsler, Anke Engelsmann, Ruth Glöss, Traute Hoess, Franziska Junge, Marina Senckel, Gitte Reppin, Gabriele Völsch, Angela Winkler; Heinrich Buttchereit, Jürgen Holtz, Boris Jacoby, Roman Kaminski, Stefan Kurt, Christopher Nell, Walter Schmidinger, Martin Schneider, Konrad Singer, Jörg Thieme, Georgios Tsivanoglou, Axel Werner, Mathias Znidarec
La famosa Ópera de los cuatro cuartos es una de las primeras obras de éxito que escribió Bertolt Brecht. La hizo junto al genio musical Kurt Weil. Fue escrita en el año …, entre las dos guerras. Se estrenó en Alemania bajo la dirección de Piscator. Se dice que el público en el estreno, al comenzar la obra, no se movía, no aplaudía, no se reía, simplemente miraba atónito. Nadie había visto algo igual, comenzaba la carrera de uno de los más influyentes hombres de teatro del S. XX con su particular visión del teatro y la política.
Robert Wilson, por otro lado, es uno uno de los más famosos directores de la escena contemporánea. No es común en su estilo trabajar tan rígidamente como en esta ocasión. No le dejaron modificar el texto ni la música, por lo que su trabajo se ciñó a la dirección de actores y a la puesta en escena.
Esta fue la primer obra dirigida por Wilson que veo. Me pareció sorprendente cuánto expresa con medios tan simples, que no pobres. En esta obra, por ejemplo, usó únicamente las tonalidades azul, rojo, blanco y negro. Los personajes iban de negro y blanco. Jugó constantemente con delgadas líneas de luz que constrastaban con el fondo negro, con ellas creó todos los espacios de la obra. Las escenas sucedían en la corbata, a telón cerrado, o dentro del escenario. El espacio sonoro también fue determinante: sonidos de puertas o de cortinas inexistentes, pasos, golpes, etc. Ahí faltó una mayor coordinación entre los técnicos de sonido y los actores. Las acciones no siempre correspondían al sonido que tenían asignados.
Las caras blancas, los gestos grandilocuentes y las muecas expresivas tan comunes en la dirección de Robert Wilson, acompañan la estética del grotesco y la influencia del cabaret hayada en el texto y la música. Los actores, por su parte, lograron emocionar al público en diferentes ocasiones. En especial Angela Twinkler en el papel de Spukeljenny y Jürgen Holts como Peachum, también Stefan Kurt en el papel de Mackie Messer. Yo quisiera remarcar la interpretación de Christina Drechsler en el papel de Polly, el público fue muy frío con ella pero, a mi parecer, fue la que mejor llevó a escena la práctica de Robert Wilson. Él mismo, durante la plática que dio el pasado sábado, alabó la técnica de la actriz.
Este fue el dilema de la puesta en escena. La obra de Brecht y Weil es muy conocida por el público berlinés y la estética del mismo responde a una forma teatral arraigada en la cultura alemana. Cuando Wilson la lleva a escena, sin poder cambiar texto ni música, la obra cabalga sobre dos lomos, no hay una homogeneidad entre lo que escuchamos y lo que vemos. El público y el texto piden una cosa, Wilson nos da otra. Por no haberse hecho una adaptación del texto, fue imposible conseguir un diálogo entre éste y la puesta en escena de vanguardia.
Yo no podría decidir entre uno y otro, y mucho menos cuestionaré el trabajo que vi. Lo más sorprendente es la tensión de ambos genios. La obra de Brecht tiene algunos fallos en ritmo y construcción que el autor en sus obras posteriores corrigió con maestría. La dirección de Robert Wilson es fascinante, especialmente para el que lo mira por primera vez. El experimento fue un éxito, aunque algunos críticos fueran duros con él. La obra funciona y el público, durante casi tres horas, se mantuvo con el culo en el asiento y la mirada en la escena.
Brecht luchó por una sociedad más justa e igualitaria, condenando siempre la desigualidad y los abusos de poder. Su teatro era más que una simple propuesta estética. En Robert Wilson, y en la visión contemporánea del Berliner Ensemble, se ha perdido por completo esta lucha. Hoy en día los artistas luchamos más por sobrevivir económicamente que por una causa social. Nuestra causa es el Arte, l’art pour l’art. ¿Es válido? Lorca, otra noble figura, no pensaba así. Me entristeció darme cuenta de ello en esta obra y espero que vuelvan los grandes artistas que renovaron el arte y a la sociedad de su tiempo, preocupándose más por aquello que decían y no por la forma en la que lo decían.